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LA POESÍA Y LOS SUEÑOS


No toda es vigilia la de los ojos abiertos Macedonio Fernández La poesía es la vigilia más alta Roberto Juarroz

El sueño es la sustancia misma de lo poético, aun cuando pretendamos explicarlo, deslindarnos de él a la luz de la razón, de la lógica diurna y creamos que aún es posible expresar lo “real” en un lenguaje aparentemente limpio, objetivo. El lenguaje poético es precisamente el lenguaje del sueño incluso en el caso en que sólo queramos expresar lo más elemental del mundo en términos supuestamente simples, concretos, porque, volvamos a decirlo otra vez con Calderón: “La vida es sueño” y todo cuanto vivimos, una vez vivido se hace tan inasible e indemostrable como el sueño mismo. Pero el que todo sea sueño no invalida su verdad y su presencia en nosotros.

Al decir de Freud, el poeta es sólo un “soñador diurno”, alguien que no se ha despertado del todo y camina sonámbulo por el mundo, aunque prodigiosamente logre desplazarse a través de él sin caer, sin matarse.

En su libro famoso y bello, El alma romántica y el sueño (Fondo de cultura económica, México, 1992), Albert Beguin vincula la poesía más alta, según él, “la poesía como totalidad”, desde Heráclito a Hölderlin, desde Homero a Rimbaud, desde Dante a Pessoa, al sueño como absoluto. Todo poema, toda obra incluso filosófica, literaria o científica no es otra cosa que la expresión más o menos controlada de un delirio, de un sueño lúcido. La propia razón y sus contradicciones participa las más de las veces en ese gran sueño del hombre, del ser y del cosmos.

*** Sin embargo, hay una zona intermedia entre el sueño y la vigilia donde quizá se alcance a dar un precario equilibrio: la duermevela, ese espacio ambiguo en el que no estamos ni dormidos ni despiertos (estado hipnagógico) donde es posible deslizarse y entrever los pliegues de la realidad. En esa zona se movieron muchos de los grandes poetas, artistas y visionarios como William Blake, Novalis, Nerval, Hölderlin o Rimbaud hasta llegar a los surrealistas y su flujo de la conciencia, la libre asociación, la escritura autómática que aún hoy, en el neobarroco por ejemplo, mantiene su infinito juego de espejos, su empeño adacadábrico. *** ¿Existe una poesía de la vigilia como una poesía del sueño, una poesía de lo diurno como de lo nocturno? En términos filosóficos, si es posible continuar con estas dicotómicas simplificaciones, ¿hay una poética platónica y otra aristotélica? Sería bastante difícil a estas alturas clasificar a unos y a otros al modo de dos orillas que mantienen el curso del río de la poesía. Entre los poetas del día, sin embargo, podríamos citar por ejemplo a Goethe que tanto abominó de la irracionalidad en el arte, lo nocturno asociado por él a lo mefistofélico, lo demoníaco. O a Whitman, poeta de la vitalidad desbordada, el sol, la fuerza, lo claro y definido en oposición, por ejemplo, al intimismo aparente de Emily Dickinson, encerrada en su propio jardín de sueños. Entre los poetas de la noche, podríamos citar a Dante, cuyo Comedia no es más que el “monumento a una visión”, como lo dijo Eliot. Y con él a John Milton y su Paraíso perdido, al igual que William Blake y su Matrimonio del cielo y del infierno . Este juego de contrarios aparentes podría ser un ejercicio interesante quizá. No obstante, al día de hoy, hemos vuelto a creer, a pesar de la soberbia racionalista del siglo XX reciente, que es posible reencontrar la fuente primordial donde lo real es asumido sin dicotomías, como la totalidad de la que hablaba Beguin y antes, el gran Rainer Marie Rilke, donde el sueño permite tal vez, aproximarnos a una más profunda y más humana realidad en conjunción con el viejo concepto de Cosmos (orden del caos) tan afecto a los poetas-filósofos presocráticos y aun, a los orientales y su visión contemplativa. Una visión que desde la poesía, el sueño lúcido por excelencia, todavía es posible alcanzar. *** Octubre 2019


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