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El Sueño de Visnu o una meditación sobre el tiempo


El tiempo es un teatro que tras sus cortinas alberga al mundo, y uno nunca sabe de qué lado del telón está. El tiempo, en fin, es un gramófono que flota a la mitad del mar.

(David Meza- El sueño de Visnu)

Cuando se piensa en la nueva poesía latinoamericana, solemos creer, tal vez ilusamente, que toda poesía joven implica necesariamente renovación y ruptura con la tradición. Ciertamente podemos decir que, en muchos de nuestros poetas jóvenes, se perpetua más la tradición que en muchos de los que ya llevan una trayectoria de años de escritura e intimidad con las palabras. No obstante, el reto está, quizás, en retomar la tradición y reescribirla, resignificarla, deconstruirla, buscar aquellos puntos imperceptibles, pequeñas fisuras, que permitan generar relaciones diferentes con el poema, con su musicalidad, con sus imágenes, en fin, con esa materia endeble y engañosa que es el lenguaje. En este punto aparecen poetas como David Mesa, cuya propuesta implica establecer un rizoma de técnicas y experimentaciones para intentar, a partir del juego, forjar en el delirio el sueño de una deidad olvidada. El delirio usa el gasto en contraposición al ahorro para romper con toda posible normativa o prisión que intente encarcelar el lenguaje.

Visnu es la deidad más poderosa de todas las religiones, su poder supera a gehova incluso, porque aquella entidad de piel azul e hipérborea, es el dios supremo de todos los mundos posibles. Sus sueños son los del demiurgo, y nuestra existencia, nuestras pasiones, nuestros miedos, nuestros trayectos cotidianos, nuestros abismos están insertos dentro de los leves parpadeos de una deidad que nunca despierta. El propósito de David Meza es entonces lograr la obra poética absoluta, donde habitan todos los juegos de un niño, Visnu, que utiliza los planetas como canicas que generan música con su choque y su movimiento circular. Cada parte implica una relación diferente con el poema: poemas en prosa, en verso, uso de anáforas, uso de neologismos, poemas extensos y sostenidos, juegos con el tiempo, e incluso personajes vivos que, a pesar de que El Sueño de Visnu no ser una obra narrativa, aparecen y desaparecen, intermitentes, para resignificar las percepciones de poeta, una suerte de hermenauta (no hermeneuta) de mundos infinitos.

La obra se preocupa mucho por mantener la música. La música aparece en toda la obra traducida en imágenes y en ritmo poético. Algunas imágenes relacionadas con instrumentos fortalecen esta sensación.

Cuando las personas mueren, de su cuerpo putrefacto y pintado de verde, surge un pajarito con las patas negras y el cuerpo blanco. Su nombre es Tiempo. Está hecho sueño y arcilla. Es hermoso. Algunos lo llaman incendiando los puntos en las hojas. Otros lo hacen golpeando su guitarra con las piedras de un río.

El ritmo es fundamental, el texto fluye, sin parar, como el viento, traslandonos a muchos espacios diferentes. La lectura en voz alta nos permite apreciar su musicalidad y saborearla como a un trozo de durazno. El poemario se puede leer sentado o acostado, entrecerrando los ojos, y, casi como una droga alucinógena, como el mayor de los hongos, conectarnos con un universo que, aunque en un primer momento se nos hace extraño, vive al interior de nosotros. Un reino cuyos castillos, murallas y castitas habitan la inmanencia de los cuerpos. El ritmo permite que la conexión sea mucho mayor, que nos dejemos llevar de la mano, como un niño que se dirige hacia el parque.

El sentido se dispersa en la imagen y se proponen múltiples lecturas. El uni-verso cabe en unas cuantas líneas escritas en una hoja de papel rasgada. De alguna manera, el poeta es un explorador de todas las potencias del cosmos. Navega los planetas, pinta en los asteroides, danza en los cometas. El sueño de Visnu, en una parte brillante del libro, nos lleva a un viaje por todas las constelaciones zodiacales y construye toda una mitología alrededor de estos lugares.

Escribí hombres porque quise olvidarme de la vida. En algún momento el uni-verso giraba en torno de la vida y yo habitaba una constelación llamada Sagitario. Escribí agua en la frente de Copérnico y todas las galaxias innombradas se volvieron perlas y todas las perlas cayeron azules en un hoyo negro. En algún momento 300 colibríes con el corazón de madera construyeron al hombre bajo el agua. Escribí luna y la luna se desvaneció como un grito dirigido al valle. Escribí llorando las tristezas de los hombres. Habito el eclipse dibujado en la arena. Habito el corazón azul de Sagitario. En algún momento escribí Copérnico en el cielo y el centro del hombre siguió siendo él mismo.

El universo es tan solo un parque de juegos, un lugar donde columpiarse, la distancia de millones de años luz, se reduce con un verso. El texto nos permite tener esa sensación ilusoria (o quizás una comprensión) de que somos una multiplicidad de personas (el primer capítulo juega con múltiples nombres y nacimientos) que son uno a la vez con el uni-verso infinito. La imagen juega con el absurdo, lo sublime y los contrastes para provocar una explosión de galaxias-palabras.

La infancia y el juego son también temas elementales, sobre todo en la primera parte del libro. Múltiples niños aparecen al inicio del libro, en diferentes lugares del planeta y diferentes épocas, evocando recuerdos lejanos. Todos los niños están marcados por la diferencia, pero a través de la poesía se conectan en un solo niño universal y único. El tiempo se va poco a poco diluyendo, y ya no importan las fechas, no importa el espacio, ni la edad, como en un crescendo, todas las imágenes aparecen y parecen llevar al mismo lugar: La infancia de aquellos chicos es la infancia del mundo.

Nací el 24 de junio de mil novecientos violeta. Nací en una pradera de tuercas y filósofos llorando rocas y esquirlas y teorías astrogramaticales encima de una rosa. Mi vida nunca fue un pájaro con las entrañas llenas de estambre parado en la estructura ósea de una estrella. No tengo recuerdos de mi casa. Pienso que soy un caballo con la mandíbula rota. Pienso que soy una niña que lleva por grillete las estrellas del mundo. Pienso que he venido renaciendo los últimos 24 años, y que he transformado mi horario escolar en una placenta de pétalos. Pienso que mi vida es un pajarito con el corazón de estambre y una corona de huesos. Pero no es así. Mi vida no es un pájaro de estambre, ni violeta, ni rojo, ni verde, ni pluma, ni cieno, ni triste, ni roca, ni azulmente roca, ni estambremente roca. Mi vida es una nota al pie de mi obra. Y mi obra es un libro de geografía que se ha convertido en mariposa. Y mi mariposa lleva polen y ríos sobre las alas. Nací el 24 de junio de ningún año. Soy una mujer con 500 golondrinas dentro. No tengo recuerdos de mi pueblo. Me estoy soñando. No tengo recuerdos de mi infancia. Me estoy soñando. Mi vida nunca fue. He descubierto que la poesía es un cuadro que se pinta sin usar pinceles, una danza que se baila sin usar el cuerpo, un beso que se da sin usar los labios. He descubierto que la poesía es un juego en el cual está prohibido seguir las reglas; que es entender que tenemos el pecho lleno de musgo, de nieve, de agua, de tierra y de semillas que florecen como soles; que la poesía es una parvada de golondrinas despedazándote el cuerpo de adentro hacia fuera; que la poesía es platicar con las palomas en el techo de las catedrales. He descubierto, que quizá, incluso, la poesía es.

Cada verso, cada oración, cada sentencia es un parpadeo, un latido, una canción. Aquellas imágenes de la infancia nos recuerdan los juegos que solía hacer la poeta Marossa di Giorgio en sus poemas en prosa: imágenes que apelan a un lenguaje cotidiano que, sin embargo, nos emociona y nos traslada a un espacio más primigenio y sagrado a través de un repentino estallido. Un espacio sin duda circundado por la palabra y sus potencias. Hay un retorno a esa infancia del mundo que, en cierta medida, es nuestra propia infancia evocada en una lectura de galaxias, semillas, árboles y golondrinas.

El tema principal de la obra es sin duda el tiempo. A pesar de que muchas temáticas como el erotismo, el eterno femenino, la muerte, el universo, el amor, el cosmos, los sueños aparecen en el libro es el tiempo el eje que sostiene su delirio. Hay un viaje por todas las edades del universo, del hombre y del cuerpo. La infancia, la juventud, la muerte, el reloj no se detiene, el flujo de imágenes tampoco. En un momento eres un niño y al otro un anciano (o viceversa). La vida es atravesada por una multiplicidad, todo parece conectarse por frágiles hilos invisibles, venas y senderos construidos por el lenguaje. Todo es excesivo, como lo fue Baudelaire, Bataille o Lautremont. Somos palabras, somos ecos, somos sueños, somos caos. El juego es universal, el tiempo es, como decía Borges, la sustancia de la que estamos hechos.

La invitación es desde luego a leer el libro, a dejarse llevar por sus páginas, por los trayectos atrevidos que propone. Olvidar por un momento lo preestablecido. Los versos de Meza abrirán cabezas y provocaran, al interior del cuerpo, movimientos telúricos. Es un retorno a la inocencia original de las palabras, limpias de significado, la racionalidad humana y las clasificaciones arbitrarias. Es columpiarse con el viento, imperceptible, de la música del lenguaje, que se despliega como un diente de león que es disgregado por el soplo del vuelo de un pájaro. Es una ruptura necesaria con los esquemas tradicionales de la poesía que son resignificados con el delirio. Las puertas se abren y Visnu se para en el escenario, como un texto que, estoy convencido, será un clásico de toda una generación. El sonido de la tercera campanilla nos avisa que ha llegado el momento esperado, cuando cierras los ojos en silencio y comienzas a soñar.


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